Hagamos cuentas. Hacen falta unas 1,000 horas de clase, nos dicen los expertos, para aprender un idioma hasta un nivel avanzado. Entre 15,000 y 20,000 euros, si optamos por clases particulares, algo menos si nos vamos a una academia.
Parece ser que el único objetivo de quien le plantea estos cálculos a una persona es alguien, persona o institución, a quien le interesa perpetuar el estudio y ganar un cliente de por vida. Y no nos referimos al alumno.
Por si fuera poco, y ante el fracaso en los resultados, al alumno se le cuestiona su habilidad más natural e intrínseca: la de aprender a hablar una lengua. Muchos, demasiados, son los casos de alumnos que se sinceran con nosotros: “no se me dan bien los idiomas”.
Alba C. llevaba 11 años entre academias y profesores particulares. "En el colegio era de las mejores en inglés. Tengo buena memoria visual y me lo aprendía todo para los exámenes. Aprobar no me suponía ningún esfuerzo. El problema lo tuve el día que acepté mi primer trabajo de monitora de campamento con niños de fuera y me di cuenta de lo mucho que me costaba entenderlos y hacerme entender", se sincera. "Me funcionó mejor el lenguaje gestual que el verbal. ¡Una vergüenza!"
El caso de Alba no es aislado. Denuncia, de hecho, un mal endémico cómodamente instalado en nuestro sistema educativo.
El ejemplo que comparte Mark V., profesor británico y socio colaborador de Oxinity, raya en lo absurdo: "Mi hijo tiene un inglés perfecto pero no saca buenas notas en los exámenes de los verbos irregulares, porque allí se trata de traducir del español al inglés un verbo que él nunca usaría y por eso no se le dan bien los exámenes".
¿Cómo darle la vuelta a esta situación? ¿Cómo poner del derecho algo que está completamente del revés?
Aprender un idioma cuesta muy poco, en todos los sentidos.
Iremos respondiendo a éstas y otras preguntas que nos hacen nuestros alumnos. Algunas de las más frecuentes son:
Uno de los factores clave a la hora de medir el retorno de tu inversión en aprendizaje es conocer tu rendimiento. Lejos de ser algo abstracto, el rendimiento se traduce en parámetros medibles que transforman tu esfuerzo en resultados. Conocer de manera inmediata qué adquisición has tenido tras cada clase es esencial para saber si has elegido el sistema adecuado.
La magia sucede en clase, pero las evidencias de tu progreso ocurren tras cada interacción que tienes con la plataforma.
La estrategia que te marques te llevará a un resultado u otro. Pero por muy claros que tengas tus objetivos, plantearte tú sólo una estrategia integral es muy difícil. Necesitas que se identifique qué sabes para no repetir explicaciones innecesarias que te aburran en clase. También necesitas que se detecte lo que no sabes para activarlo en clase. Ningún profesor, por muy competente que sea, puede conseguirlo solo. La tecnología de big data sí puede hacer esto y ofrecérselo al profesor para tus clases.
Probablemente ya lo hayas probado todo para ayudarte a aprender mejor. Tal vez te hayas comprado muchos libros de gramática y puede que incluso sientas culpa por el polvo que acumulan sin que hayas pasado más allá de la página 10. Los libros de gramática sistematizan una lengua, pero hace falta una voluntad férrea para acabárselos. Y tienen que ver muy poco con tus necesidades reales de comunicación.
No vas a conseguir cambiar la trayectoria de tu aprendizaje si te planteas recorrer el mismo camino que te ha llevado al no aprendizaje.
Nuestra era tecnológica nos brinda herramientas diferentes que te ayudan a acelerar tus resultados. Pero no están en los libros impresos. Hace falta procesar muy rápido tus datos de aprendizaje para trazar la estrategia correcta.
Si en clase repites cosas que sabes, tu velocidad se ralentiza. Pero si tu profesor sólo se centra en activar lo que no sabes, en clase te damos velocidad. Así ganas aceleración y escalas tu aprendizaje hasta el siguiente nivel.
Una clase de 30 minutos con aceleración puede ser tanto o más potente que una clase de 60 minutos sin optimización de tu tiempo. Con la diferencia de que sólo pagarías la mitad. La aceleración conlleva, además de optimización de tu tiempo, un ahorro en inversión.