Con su característico atuendo rojo y blanco, gran panza, larga barba blanca y mirada de bonachón, nuestro ya familiar Papá Noel pasea orgulloso sus carnes por todo el mundo. Pero no siempre fue así y su leyenda, tal y como la conocemos, es en realidad muy, muy reciente…
El Santa Claus que todos los niños esperan con ansia es una versión americana de San Nicolás de Mira (Santa Claus es una deformación estadounidense de Sinterklaas, el nombre que se le daba en los Países Bajos y cuya festividad tiene lugar el 5 de diciembre), un santo cristiano nacido alrededor del año 270 en la ciudad de Patara, en la actual Turquía, que fue obispo de Mira; encarcelado por el emperador Licinio, liberado por Constantino y feroz detractor del arrianismo. No parece muy próximo a la figura de bondad y alegría que se le atribuye, pero si tenemos en cuenta que fue un riquísimo heredero que decidió donar toda su fortuna a los más necesitados, que fue nombrado obispo porque “pasaba por allí” sin buscar la gloria mundana y que obró milagros con medios muy humanos, entenderemos esa posición preeminente de la que goza en la actualidad.
Cuenta la leyenda que siendo muy joven ya mostraba inclinación por las obras pías y el sacrificio alentado por sus padres, que murieron contagiados por la peste que asoló su ciudad, mientras trataban de ayudar a los numerosos enfermos. Este joven Nicolás se encontró heredero de una gran fortuna que no le sedujo y decidió donarla para ir al encuentro de su tío, que era obispo y le ordenó sacerdote, marchando a visitar los Santos Lugares. En el camino pasó por Mira, en la que se celebraba una reunión para nombrar al próximo obispo ya que el anterior había fallecido; como no se ponían de acuerdo, decidieron que sería el primer sacerdote que entrara por el templo. Y resultó que fue Nicolás, al que aclamaron de inmediato. Pero lejos de olvidar sus comienzos tras haber alcanzado una posición preeminente como obispo, continuó realizando buenas obras. En una ocasión supo que había un caballero tan pobre que no lograba casar a sus tres hijas por falta de dote y a las que Nicolás, para aliviar esa situación, tiró monedas de oro por una ventana de la casa con tanto tino que cayeron dentro de las medias que tenían las muchachas colgadas en la chimenea para que se secaran. Como vemos, fue un milagro con medios humanos que podría obrarse hoy en día, si quisiéramos.
Cuando los mahometanos invadieron la ciudad de Mira en la que descansaban sus restos desde el 6 de diciembre del año 345, un grupo de devotos se llevó los restos del santo hasta la ciudad de Bari en Italia, por eso tal vez nos suene más el nombre de San Nicolás asociado a esa ciudad, aunque jamás pusiera un pie en ella y la devoción por este santo, que mantuvo sano y salvo a un niño que había perdido de vista a su madre durante un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial hasta que pudieron reunirse de nuevo, aumentó considerablemente.
Los holandeses, que fundaron la ciudad de Nueva York y le tienen como patrón, se llevaron su mito con ellos y en su libro Knickerbocker's History of New York (1809), Washington Irving nos describió a un temprano San Nicolás que dio pie al que todos tenemos en mente:
“(…) the good St. Nicholas came riding over the tops of the trees, in that self-same wagon wherein he brings his yearly presents to children. And he descended hard by where the heroes of Communipaw had made their late repast. And he lit his pipe by the fire, and sat himself down and smoked; and as he smoked the smoke from his pipe ascended into the air, and spread like a cloud overhead. (People) (…) hanging up a stocking in the chimney on St. Nicholas Eve; which stocking is always found in the morning miraculously filled; for the good St. Nicholas has ever been a great giver of gifts, particularly to children.”
Curiosamente, para los Países Bajos que dieron origen a la tradición, Sinterklaas viene de Alicante (España), desde donde viaja en barco de vapor para arrivar a mediados de noviembre a sus costas. Los renos son un añadido anglosajón muy posterior, el Santo original es bastante más pragmático.
Como consecuencia, tras haber buceado un poco en la historia de esta ancestral tradición, ¿con qué nos quedamos?
¿Tal vez con las campañas que Coca-Cola lanzó a mediados de los años 30 del siglo pasado popularizando el aspecto con el que le conocemos hoy?, ¿o más bien con la historia de aquel hombre que decidió dar lo que tenía porque, según sus propias palabras, sería un pecado no repartir mucho, siendo que Dios nos ha dado tanto?
Te toca a ti decidir si prefieres que te llenen el calcetín, o llenarlo tú.