Hace unos meses atrás decidí hacer un viaje a través del silencio. Prefiero compartir mis ideas con respecto a ello en lugar de describir de qué se trataba realmente. Me introduje a un espacio distinto en el cual la interacción con otros se produjo con distancia y retorno durante 10 días. Distancia con quienes me rodeaban y retorno hacia mí misma, una especie de aislamiento acompañado que me permitió, entre muchas otras cosas, sentir.
Entre todo, me di cuenta cuáles son las cosas que me suelen llamar la atención del otro. Cómo me imagino a las personas, en qué me fijo, dónde pongo mi mirada y mi energía. Viéndolo en ese momento y ahora, surgieron muchas cosas. Como la imposición, la mía, sobre otros; el cielo; una montaña nevada que estaba muy cerca a la cual no se le veía sino algunos días; la forma en cómo la gente se cuidaba el cuerpo. Descubrí que soy más ordenada y rutinaria de lo que pensaba, que me encanta el sonido de un rio y las formas que produce el agua cuando se mueve y choca con las piedras. Me di cuenta que nada se trata de mí sino más bien del otro, y que mi decisión en cuanto a qué mirar es solo para verme. ¿Hasta qué punto está bien enfocarse en otras personas más que en uno mismo?
Y a lo que iba, que suelo desviarme a veces.
Dentro de mi experiencia, acostumbrada a hacer historias donde solo hay una puerta abierta por decir algo, tuve la tendencia de imaginar a algunas de las personas que solían estar más cerca. Como formas de ser, discursos, nacionalidades, situaciones hipotéticas. Con un nivel de certeza que hasta a mí me incomoda ahora. El resultado final fue tan distinto a mis primeras impresiones. Por ejemplo, aquella que me pareció ser una persona seria tenía la voz más dulce, era tímida y soltaba las risas más cálidas. Aquella que me pareció que hablaba en español de España era de Portugal y no sabía hablar ni un poco de español. Aquella que me pareció ser muy joven después resultó tener mucha madurez. En la que vi falta de consideración por los demás resultó que se había enfermado y no había pasado un buen momento. Aquellas personas con las que tuve mayor atracción y concurrencia, resultaron ser las personas precisas; aquellas con las que tenía mucho en común y que me dieron las palabras que después del silencio necesitaban oír.
El silencio como lugar de no idioma, donde el lenguaje es distinto, mucho más amplio y verdadero. El silencio otorga solo cuando tenemos ideas previas que nos limitan, pero en cuanto nos olvidamos de ellas, ahí empieza la verdadera comunicación.
Como nos gusta el ruido, creo que la mejor forma de disfrutarlo es expresando lo que somos y permitiendo al otro hacer lo mismo. Si es hablar en inglés, por ejemplo, ¡hablémoslo bien! Con toda libertad. Porque en el silencio eso ya no es suficiente ;).
Fiorenza