Desde la aparición del coronavirus, han corrido ríos de tinta explicando los procesos y efectos de transformación que ha vivido la humanidad desde la aparición del virus hasta nuestros días. Los individuos, hogares y países enteros hemos tenido que hacer, cada uno desde nuestros respectivos lugares, un ejercicio de entereza y valentía para salir airosos del gran reto que ponía patas arriba los sistemas de salud pública, amenazaba nuestras vidas y ponía a prueba nuestra solidaridad y resistencia como sociedad.
En los inciertos momentos iniciales de la pandemia se perfilaron cuatro grandes bloques que situaron a muchos sectores a uno u otro lado de la ecuación:
Los profesionales de la salud fueron los héroes de primera línea de batalla contra el virus, que hicieron lo imposible por ayudar a los afectados.
Los trabajadores de servicios esenciales arriesgaron su salud para que no nos faltara de nada cuando aún no teníamos las medidas de protección y las vacunas que contamos ahora.
Los científicos se pusieron manos a la obra para sacar vacunas en un tiempo récord y frenar el avance de la enfermedad y sus fatales consecuencias.
Mientras tanto los gobiernos intentaban con mayor o menor acierto gestionar los estragos de la pandemia y preservar la salud pública.
¿Y el resto de la sociedad? El resto estaba confinado y congelado. El negocio, los servicios no esenciales, el deporte, el sector del ocio y los espectáculos, el turismo y, lamentablemente, la educación, se encontraban sumidos en un gran parón.
La educación, un sector tradicionalmente muy resistente a los cambios, no supo adaptarse a la nueva normalidad, que impedía la presencialidad y requería encontrar soluciones online de calidad.
Lo que hicieron los colegios y universidades fue detener su actividad para después, simplemente, cambiar de canal y pasar a dar las clases por videoconferencia sin modificar el formato de clases, ni la duración de las sesiones, igual que el número de alumnos por profesor y, por supuesto, siguieron con el mismo material y exámenes de antes.
No hubo ningún atisbo de replanteamiento del modelo de enseñanza, nadie se cuestionó que la situación extraordinaria requería medidas igualmente extraordinarias. Y, muy lamentablemente, los resultados fueron catastróficos. El hastío y hasta rechazo de las videoconferencias se hizo evidente muy pronto pero no se cambió nada. ¡Nada!
La educación se veía sumida en una paupérrima gestión por parte de los órganos directivos académicos y los ministerios que no supieron canalizar sus esfuerzos hacia una colaboración para encontrar una buena solución y plantear nuevos modelos educativos, contando con la tecnología y herramientas existentes.
Muchas academias de idiomas, incapaces de virar ante el reto de la pandemia, acabaron por cerrar sus puertas.
Unos y otros se contentaron con cambiar las clases presenciales por sesiones por Skype o Zoom, sin ningún otro cambio ni adaptación.
En su artículo Qué lecciones de la pandemia del coronavirus moldearán el futuro de la educación, el Foro Económico Mundial se hacía la siguiente pregunta: ¿Volveremos al aprendizaje tradicional pasivo delante de la pizarra o avanzaremos por una nueva senda centrada en el bienestar del alumno y reduciendo las profundas desigualdades de la enseñanza global?
Se ha aprendido a usar herramientas innovadoras pero no se ha sabido crear sistemas innovativos con estas herramientas. Es más, muchos docentes se frustraban ante el poco éxito de una u otra aplicación o plataforma.
La mayoría de docentes y organizaciones educativas no han hecho ni el amago de probar algo nuevo, por no hablar de cambiar el sistema y se han quedado parados con la esperanza de que se vuelva pronto a lo de antes, a la presencialidad. Sin embargo, si la historia nos ha enseñado algo, es que sólo va en una dirección y es hacia adelante, nunca hacia atrás.
La irrupción de las herramientas tecnológicas permite experimentar y plantearse un nuevo orden de los elementos y nuevos paradigmas de enseñanza y aprendizaje.
Podrían haberse adaptado las nuevas fórmulas tecnológicas para hacer planteamientos diferentes y cambiar el ineficaz sistema actual (y no por culpa de la pandemia).
Podrían haberse coordinado mejor los docentes para compartir tanto sus preocupaciones, como para plantear soluciones conjuntas.
No se ha cambiado la imagen de la clase con una veintena de niños escuchando a un profesor al lado de la pizarra.
Podrían haberse implementado modelos educativos más avanzados que ayudan a los profesores para que estos ayuden a los alumnos.
Pero no se ha hecho más en pequeños colectivos. En China, por ejemplo, la Escuela Internacional de Educación Yew Wah de Guangzhou, se ha centrado en apoyar la colaboración entre docentes y permitirles experimentar. Sus educadores trabajaron en equipo para abrir una plataforma de aprendizaje en línea en sólo una semana para compartir dudas e ideas.
Oxinity, uno de los escasos ejemplos en España de institución educativa que se plantea nuevas soluciones de aprendizaje de idiomas, ha introducido con éxito dos grandes novedades:
Usar tecnología inteligente para profesores e individualizar el aprendizaje para conseguir el 100% de los objetivos marcados
Implementar un sistema de trabajo colaborativo entre profesores para conseguir mejores resultados y acelerar el progreso de los alumnos
Analizar qué sucede durante y después de las clases, en cada interacción de los alumnos con un profesor o con la plataforma
Puedes hacer ajustes en tiempo real y mejorar el plan de estudios
Puedes saber qué sabe y qué no sabe el alumno y planificar el contenido que más va a beneficiarle
Y sobre todo, puedes darle al profesor el contenido que necesita cada uno de sus alumnos para un aprendizaje individualizado
Compartir problemas y encontrar mejores soluciones con el consenso de todos los docentes
Aligerar la carga de trabajo de cada docente incrementando de manera exponencial la calidad de los contenidos
Y sobre todo, consigues planteamientos y enfoques totalmente diferentes, mucho más flexibles, eficaces y productivos para los alumnos y los propios docentes.
Los resultados, tras el análisis de los datos obtenidos, son espectaculares: los niños que aprenden en Oxinity por videoconferencia son mucho más comunicativos, incrementan su comprensión auditiva en un 80% y consiguen una buena fluidez 4 veces más rápido que en un formato tradicional, como por ejemplo en un grupo de 12 alumnos o en el formato 1-to-1.
A pesar de todo, sí ha habido personas y organizaciones que se han atrevido a probar nuevas herramientas y a experimentar nuevos enfoques. Son los gérmenes de la futura revolución que inevitablemente llegará en educación. Tras 200 años de letargo, la educación se reinventará hacia modelos mucho más colaborativos y adaptados a las nuevas necesidades y tiempos.
La revolución en educación ya ha sucedido. No es evidente, no está presente a gran escala, pero está allí en forma de fogatas que en un futuro harán resplandecer el sector con una increíble fuerza incandescente.
Cada vez más profesores eligen el camino de la colaboración y abrazan las nuevas tecnologías como herramientas que les permitirán dar el salto cualitativo hacia una educación digna del siglo XXI.
Hay unos 100 años entre estas dos imágenes y casi nada ha cambiado en educación. Un profesor se enfrenta a una clase de alumnos que lo escuchan de manera pasiva.
¿Por qué no una clase con muchos profesores y alumnos, trabajando en colaboración y aprendiendo unos de otros?
La imagen que presentará el aula del mañana será diferente de la de hoy en día. No habrá 30 niños por clase, ni 20, ni 10. Habrá más profesores para el mismo número de niños.
Aún tenemos que sumar muchas partes pequeñas para crear el gran cuadro de la educación del mañana, pero hoy ya se está gestando la educación del futuro.
El germen está sembrado. La cuestión es ¿cuándo se dará el mundo cuenta de ello?
Os dejamos el vídeo completo de la discusión: