Aprobar un examen se convierte en un fin en sí mismo. Un fin que no justifica los medios de estudio a los que los alumnos se ven forzados y que se basa en la memorización y no en la asociación de ideas y competencias reales demostrables de fluidez en la lengua meta.
En nuestro debate en directo del 10 de septiembre, afloró el sentir de muchos profesores y alumnos: un examen no es representativo de los conocimientos de un alumno y menos de sus competencias prácticas a la hora de abordar una conversación en inglés con fluidez. Sin embargo, no son pocas las peticiones de ayuda concreta con un examen específico. ¿Cómo podemos ayudar a estos alumnos sabiendo que el objetivo cortoplacista de aprobar un examen no resuelve el problema mayor de nuestros alumnos: hablar un idioma?
Hagamos un breve recorrido histórico.
La cultura occidental tiene unas fuertes raíces en la cultura clásica, pero ni la antigua Grecia necesitó exámenes en sus célebres academias, ni la Roma clásica los requirió para sentar las bases de la jurisprudencia moderna. Ambas culturas florecían y se expandían sin necesidad de filtrar a través de exámenes a sus líderes.
El Reino Unido tampoco necesitó exámenes escritos hasta el siglo XIX, aunque sí contemplaba exámenes orales.
Los primeros exámenes datan del siglo VII a.C. y le debemos el invento a los chinos. En China hacían falta funcionarios con conocimientos necesarios para el funcionamiento de la máquina burocrática imperial. Las prueban duraban 3 días y eran tan duras que muchas personas incluso morían.
El finlandés es quizá el mejor sistema educativo donde los conceptos de deberes y exámenes han cedido lugar a un aprendizaje basado en experiencias y trabajo en equipo. El nivel de motivación de sus alumnos es incomparable respecto a otros sistemas que aún basan sus evaluaciones en test estandarizados.
En Francia existe un importante debate sobre la necesidad de mantener exámenes o encaminar su sistema educativo a otro modelo.
Son muchas las universidades inglesas y americanas que han prescindido de este tipo de pruebas y apuestan por evaluar proyectos y de nuevo, el trabajo colaborativo.
Si un examen se convierte en un fin en sí mismo y nos enfocamos en cómo superarlo, a corto plazo conseguiremos el aprobado, pero seguiremos igual de mal de cara al próximo examen.
Tenemos que escoger entre dos estrategias totalmente opuestas a la hora de abordar el dominio de un idioma: el que se basa en la memorización para aprenderse las palabras del examen o el la asociación de ideas y adquisición de hábitos nuevos en inglés basados en la activación del idioma mediante clases con un formato que logre tal fin.
Sabremos aprobar exámenes pero no sabremos hablar inglés.
Es por ello que en Oxinity hemos desarrollado clases que hacen que se acelere el proceso de activación y se consigan resultados espectaculares de fluidez y comprensión. A este nivel de competencias no habrá examen que se nos resista.
El examen pierde sentido si se convierte en el objetivo de la enseñanza y el aprendizaje, y no en una prueba para evaluar el progreso.
Sería erróneo crear una enseñanza cuya estrategia fuera aprobar el examen del colegio. Un examen se aprueba preparándonos para él según su formato y las exigencias de los examinadores.